Con toda humildad y mansedumbre,
soportándonos con paciencia los unos a los otros en amor. (Efesios 4: 2).
Lo invito a mirar al Hombre del
Calvario. Contemple al que pusieron en su cabeza una corona de espinas, que
cargó sobre sí la vergonzosa cruz y que paso a paso descendió por la senda de
la humillación. Mire al varón de dolores, experimentado en quebranto,
despreciado y desechado entre los hombres. "Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores". "Más él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isa. 53: 4, 5). Contemple
el calvario hasta que su corazón se ablande con el maravilloso amor del Hijo de
Dios. El no dejó nada sin hacer para que el hombre caído pudiera ser elevado y
purificado.
¿Por qué no confesar su nombre?
¿La religión de Cristo degradará al que la abraza? No. De modo alguno será una deshonra seguir
los pasos del Hombre del Calvario. Cada día sentémonos a los pies de Cristo
para aprender de él, para que en nuestra conducta, conversación, vestimenta y
en todo los asuntos que conciernen a la vida podamos manifestar que Jesús reina
y gobierna nuestro ser. Dios nos llama para que los redimidos del Señor sigamos
sus pisadas y no las del mundo. Hemos de consagrar todo a Dios y confesar su
nombre ante los demás.
"Y cualquiera que me niegue
delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en
los cielos" (Mat. 10: 33). ¿Qué derecho tenemos de profesar que somos
cristianos, mientras que con la vida y los hechos negamos al Señor? "El
que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su
vida la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará"
(Mat. 10: 38, 39). Cada día debemos hacer morir al yo para levantar la cruz y
seguir las pisadas del Maestro.
¡Oh, que podamos ser bautizado
con el Espíritu Santo y ser investidos de él!
De este modo, cada día nos asemejaremos más a la imagen de Cristo, y
antes de cada decisión nos preguntaremos: "¿Glorificará a mi
Maestro?" Por la continua paciencia en el bienhacer es como buscamos la
gloria, el honor y, al final, recibiremos el don de la inmortalidad.- RH/10/05/1892. 81
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