Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2: 3, 4).
Si investiga las Escrituras con espíritu dócil y deseoso de aprender, sus esfuerzos serán bien recompensados.
"Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir. espiritualmente" (1 Cor. 2: 14).
La Biblia debe estudiarse con oración. Haríamos bien en imitar a David, que imploró: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley" (Sal. 119:18). Ningún hombre puede comprender las Escrituras sin la iluminación del Espíritu Santo.
Si deseamos estar en la debida posición delante de Dios, su luz nos alumbrará con rayos claros y potentes.
Esta fue la experiencia de los primeros discípulos: "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen" (Hech. 2: 1-4).
Dios también está dispuesto a darnos la misma bendición, siempre que tengamos real interés en ella.
El Señor no cerró los depósitos celestiales después de haber derramado su Espíritu sobre los primeros discípulos. También nosotros podemos recibir la plenitud de su bendición. El cielo está lleno de los tesoros de su gracia, y los que con fe se acercan a Dios pueden reclamar todo lo que él ha prometido.
Si no contamos con su poder es por la indiferencia, el letargo espiritual y nuestra indolencia. Abandonemos la mortal formalidad.
Hay una gran tarea que debe realizarse en nuestros días, y no hemos hecho ni siquiera la mitad de la obra que el Maestro espera que hagamos. Hablamos acerca del mensaje del primero y del segundo ángel, y ya creemos comprender algo referente al mensaje del tercero. Sin embargo, no deberíamos sentirnos satisfechos con el conocimiento que tenemos actualmente. Nuestras peticiones deberían ascender a Dios mezcladas con fe y contrición, para que podamos comprender los misterios que el Señor desea dar a conocer a sus santos.
Review and Herald, 4 de junio de 1889. 26 RP EGW
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