No tiene temor de la nieve por su familia, Porque toda su
familia está vestida de ropas dobles. Ella se hace tapices; De lino fino y púrpura es su vestido... (Prov. 31: 21-23).
Educar, educar, educar. Los padres que recibieron la verdad deben
formar sus hábitos y prácticas en armonía con la dirección que Dios ha dado. El
Señor desea que todos recordemos que el servicio a Dios es puro y santo. Por lo
tanto, los que reciben la verdad deben ser santificados por el Espíritu en
temperamento y corazón, en la conversación, en la vestimenta y en el hogar,
para que los invisibles ángeles de Dios puedan ministrar a los que serán
herederos de la salvación.
Todos los que se unen a la
feligresía deberían mostrar las evidencias de la transformación del carácter,
que se manifiesta por la reverencia hacia las cosas santas. Todo el ser tiene
que estar moldeado conforme al refinamiento de Cristo. Deberían ser lo
suficiente humildes para recibir instrucciones en todos los aspectos en que son
descuidados, y que pueden y deben cambiar. Tienen que ejercer una influencia cristiana. Los que no manifiestan
cambios en palabras y comportamiento, ni en la vestimenta o en su hogar, están
viviendo por su propia cuenta y no en Cristo. No son nuevas criaturas en Cristo
Jesús. No gozan de la purificación del corazón y de todo lo que los rodea.
Los cristianos serán juzgados por
los frutos que produzca la obra de reforma. Mostrarán el efecto que produjo en
ellos cada verdad. El que llega a ser hijo de Dios debe practicar hábitos de
orden y limpieza. Por pequeña que sea, cada acción ejerce su influencia. El
Señor desea que cada ser humano sea un agente por intermedio del cual Cristo
pueda manifestar el Espíritu Santo. No hay razón para que los cristianos sean
indiferentes o descuidados con relación a su apariencia exterior. Deben ser pulcros y estar bien arreglados,
pero sin adornos. Interior y exteriormente también deben ser puros.-
Testimonies to Southern África, p. 87. 95
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