Ten piedad de
mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones. Lávame más y más
de mi maldad, y límpiame de mi pecado. (Salmos 51: 1, 2).
El
arrepentimiento es uno de los primeros frutos de la gracia salvadora. En sus lecciones al hombre caído, nuestro
gran Maestro presenta el poder viviente de su gracia afirmando que, en virtud a
ella, el hombre y la mujer pueden experimentar la pureza y la santidad de la
nueva vida. Quien viva esta experiencia
desarrollará los principios del reino de los cielos. Al enseñar acerca de Dios, conduce a otros a
andar por caminos rectos. No llevará al
cojo a transitar por senderos de incertidumbre. La obra del Espíritu Santo
identifica al que es participante de la naturaleza divina. Cada creyente en quien obra el Espíritu de
Cristo recibe tan generoso abastecimiento de la rica gracia, que los incrédulos
no pueden menos que reconocer que esa persona es controlada y sustentada por el
poder divino; esto los inspira a glorificar a Dios.
Pese a todas
las invitaciones de Cristo, lamentablemente hay personas que continúan
manifestando rasgos de impiedad. A ellos
Dios les dice:"¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza... Volveos a
mi reprensión; he aquí que yo derramaré mi Espíritu sobre vosotros, y os haré
saber mis palabras" (Prov. 1:22,
23).
El
arrepentimiento del pecado es el primer fruto de la actuación del Espíritu
Santo en la vida. Es el único proceso
mediante el cual la infinita pureza refleja la imagen de Cristo en sus
redimidos. En él habita toda la plenitud. La ciencia que no está en armonía con Jesús es sin valor. El mismo nos enseña a reputar como pérdida
todas las cosas por la excelencia del conocimiento de Jesús nuestro Señor. Este conocimiento es la más elevadas de todas
las ciencias que el hombre puede alcanzar.- Manuscript 28, 1905. 73
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