No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande
galardón. (Hebreos 10: 35).
El apóstol Juan escribe: "Y esta es la confianza
que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos
oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que
tenemos las peticiones que le hayamos hecho" (1 Juan 5: 14, 15). Transmitámosle a la gente estas promesas para
que sus conceptos se amplíen y su fe crezca. Deberíamos instarla a pedir las
riquezas de su gracia con insistencia, y a esperar sin dudar, ya que por
intermedio de Jesús podemos entrar a la cámara de audiencias del lugar
santísimo. Gracias a sus méritos tenemos
acceso al Padre por intermedio del Espíritu.
¡Oh, que podamos tener una experiencia más profunda en
la oración! Aproximémonos a Dios con toda confianza sabiendo que contamos con
la presencia y el poder de su Santo Espíritu. Al confesar nuestros pecados, en
el momento que lo solicitemos, podemos tener la certeza del perdón de nuestras
transgresiones basados únicamente en su promesa. Necesitamos ejercer fe, y
expresar la verdad con ahínco y humildad. Sin embargo, desprovistos del
Espíritu Santo nunca podremos hacerlo. Por eso, negando al yo y dejando de cultivar la exaltación propia, con
toda sencillez deberíamos buscar al Señor para solicitar el Espíritu Santo, así
como un niño pide pan a sus padres.
Debemos hacer la parte que nos corresponde: aceptar a
Cristo como nuestro Salvador personal. Al permanecer bajo la cruz del Calvario podremos "mirar para
vivir". Dios apartó a sus hijos
para sí mismo, y, en la medida que se relacionen con él, recibirán poder para
prevalecer. Por nosotros mismos nada podemos hacer. Pero, por intermedio de su
Santo Espíritu, se importen al creyente la vida y la luz para que pueda
llenarse de un deseo vehemente y sincero de Dios y de su santidad. Gracias a que el Dios del cielo nos ama,
vistiéndonos de su justicia, Cristo nos conduce al trono de la misericordia.
Seríamos ciegos y tercos al dudar de que su corazón está de nuestra parte. Mientras el Intercesor, Jesús, aboga en el
cielo en nuestro favor, el Espíritu Santo actúa en nosotros así el querer como
el hacer por medio de su buena voluntad. Todo el cielo está interesado en la
salvación del creyente. Entonces, ¿Qué razones tenemos para dudar de que el
Señor desea ayudarnos? Signs of the Times, 3 de octubre de 1892. 97
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