El Redentor del mundo decidió
ofrecerle a sus atribulados discípulos el más poderoso de los consuelos. De una extensa gama de posibilidades, escogió
el tema del Espíritu Santo para que inspirara y vivificara sus corazones. Sin embargo, aunque Cristo hizo mucho para
darlo a conocer, ¡cuán poco habita en medio de las iglesias! Aunque la divina influencia es esencial para
la obra del perfeccionamiento del carácter cristiano, muchas veces son
ignorados el nombre y la presencia del Espíritu Santo.
Algunos no están en paz. No
tienen descanso. Están en un estado de
irritación permanente, permiten que los dominen sus impulsos y pasiones. Nada saben acerca de experimentar la paz y el
descanso en Cristo. Al no tener ancla,
son como un barco azotado y arrastrado por el viento. En cambio, los que permiten que el Espíritu
Santo gobierne sus mentes, proceden con mansedumbre y humildad. Por obrar en cooperación con Cristo serán
guardados en completa paz. Los que no se
dejan guiar por el Espíritu Santo son como las agitadas aguas del océano.
El Señor nos ha dado la debida
orientación para que podamos conocer su voluntad. Los que tienen su mente centrada en el yo,
son autosuficientes. Piensan que no
necesitan estudiar la Biblia, y se sienten muy perturbados cuando otros no
tienen sus mismas ideas equivocadas e idéntica visión distorsionada. En cambio, los que son guiados por el
Espíritu Santo afirman el ancla detrás del velo, donde Jesús entró por
nosotros. Investigan en las Escrituras
con toda seriedad, y buscan la luz y el conocimiento que puedan guiarlos en
medio de las perplejidades y peligros que encuentran a cada paso. Al contrario, los que son impacientes se
quejan y murmuran, leen la Biblia sólo con el propósito de vindicar su propio
curso de acción, mientras ignoran y pervierten el consejo de Dios. El que tiene paz es porque puso su voluntad
del lado de Dios y quiere seguir la divina orientación.- Signs of the Times, 14
de agosto de 1893. 76
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