Permaneced en mí, y
yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. (Juan 15: 4).
Debemos orar para que
se nos imparta el divino Espíritu, que es el único remedio para la enfermedad
del pecado. Las verdades de la
revelación, sencillas y fáciles de entender, son aceptadas por muchos como algo
que satisface lo que es básico y esencial para la vida. Pero cuando el Espíritu Santo actúa sobre la
mente, despierta el deseo más intenso por toda la verdad incorruptible. El que realmente desea conocerla, no
permanecerá en la ignorancia, ya que la preciosa verdad recompensa al que la
busca con diligencia. Necesitamos sentir
el poder de conversión de la gracia de Dios. Insto a todos los que se distanciaron
de su Espíritu a que destraben la puerta de sus corazones, y supliquen con
fervor: Habita en mí. ¿No deberíamos postrarnos ante el trono de la gracia para
que el buen Espíritu de Dios sea derramado sobre nosotros, tal como sucedió con
los discípulos? Su presencia ablanda
corazones endurecidos y los inunda de alegría y regocijo transformándolos en
canales de bendición.
El Señor desea que
cada uno de sus hijos sea rico de esa fe que es fruto de la actuación del
Espíritu Santo en la mente. Además de
habitar en cada creyente que desea recibirlo, al impenitente habla palabras de
advertencia para mostrarle a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo. También hace que la luz
brille en la mente de los que están deseosos de cooperar con Dios,
impartiéndoles eficiencia y sabiduría para realizar su obra.
El Espíritu Santo
jamás deja sin asistencia al que contempla a Jesús. Al que lo busca, le muestra las cosas que son
de Cristo. Si sus ojos permanecen fijos
en Jesús, la obra del Espíritu Santo no cesa hasta que el creyente es
conformado a la imagen del Maestro. En
virtud de la bendita influencia del Consolador, los propósitos y el espíritu
del pecador cambian hasta llegar a ser uno con Dios.
Sus afectos por él aumentan, tiene hambre y sed de su justicia, y, al contemplar a Cristo,
es transformado de gloria en gloria y de un carácter a otro mejor, hasta ser más
y más semejante al Maestro.
Sus afectos por él aumentan, tiene hambre y sed de su justicia, y, al contemplar a Cristo,
es transformado de gloria en gloria y de un carácter a otro mejor, hasta ser más
y más semejante al Maestro.
Signs of the Times, 27 de septiembre de 1899. 62 Recibiréis
Poder (EGW).