Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad,
el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. (Juan 15: 26).
El Señor ha condescendido en darle a usted la efusión de su Santo Espíritu. En las reuniones campestres, y en varias de nuestras instituciones, se le ha dado una gran bendición. Ha recibido la visita de mensajeros celestiales, portadores de luz, verdad y poder. No fue por medios extraños como Dios lo bendijo. ¿Cómo Cristo puede subyugar a su pueblo escogido? Por el poder de su Santo Espíritu. A través de las Escrituras es que Dios habla a la mente e imprime la verdad en los corazones de los hombres.
Antes de la crucifixión, Cristo prometió a sus discípulos que les enviaría al Consolador. Dijo: "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (Juan 16: 7, 8). "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber" (vers. 13, 14).
Al haberse minimizado la promesa de Cristo, y a causa de la escasez del Espíritu Santo, la espiritualidad de la ley y sus eternas obligaciones no han sido comprendidas. Los que profesan amar a Cristo no han captado la relación que existe entre ellos y Dios, y su comprensión aún permanece en la oscuridad. Vagamente entienden la admirable gracia de Dios, quien dio a su Hijo unigénito para salvar al mundo. Tampoco captan lo distante que están de las exigencias de la santa ley, y cuan íntimamente deben ser asimilados sus preceptos para que se manifiesten en la vida práctica. No han visto cuán grande es la necesidad y el privilegio de orar, de arrepentirse y de aceptar las palabra de Cristo.
Es responsabilidad del Espíritu Santo dar a conocer el modelo de consagración que Dios acepta. Mediante el Espíritu Santo, la persona es iluminada, y el carácter es renovado, elevado y santificado.
Review and Herald, 30 de enero de 1894. 33 RP EGW
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