Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (Juan 3:3). "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra"
(Mat. 6: 10).
Durante toda su existencia Cristo tuvo el propósito de dar a conocer la voluntad de Dios, tanto en la tierra como en los cielos. Dijo: "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios... El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Juan 3: 3, 5, 6).
Para entrar a su reino Cristo no reconoce como necesaria la pertenencia a ninguna casta, color o nivel social. La admisión no depende de la riqueza o de la superioridad del linaje. Todos los que nacen del Espíritu son súbditos. Es el carácter espiritual lo que Cristo valora. Su reino no es de este mundo, y sus súbditos son los que participan de la naturaleza divina, "habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia". Es Dios quien nos concede dicha gracia.
Cristo no encuentra a sus súbditos ya preparados para su reino; los hace aptos mediante su poder divino. Es la vida espiritual la que vivifica a los que están muertos en transgresiones y pecados. Las facultades que Dios da para propósitos santos son refinadas, purificadas y exaltadas. De este modo sus seguidores son guiados para formar un carácter a la semejanza divina.
Aunque no hayan usado bien sus talentos y por ser desobedientes se hayan hecho siervos del pecado, e incluso Cristo haya sido para ellos piedra de tropiezo y roca de agravio a causa de haber tropezado en su Palabra, sin embargo, gracias a la atracción de su amor, al fin son conducidos a la senda del deber. Cristo dijo: "He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10: 10).
Jesús es la luz de la vida e infunde su Espíritu a los que se dejan atraer con su poder invisible. Al rechazar su servidumbre al pecado, y al entrar en la atmósfera espiritual, pueden captar que han sido el pasatiempo de las tentaciones de Satanás, que han estado bajo su dominio, y que felizmente lograron quebrar el yugo de la concupiscencia de la carne. Satanás hace lo imposible para retenerlos. Los asalta con muchas tentaciones, pero el Espíritu actúa con el propósito de renovar la imagen que Dios creó en ellos.
Review and Herald, 26 de marzo de 1895. 43
(Recibiréis Poder Con Elena G. de White)
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