Un poder ajeno y superior al hombre debe actuar sobre él para que en la edificación del carácter se utilicen materiales sólidos. Dios habita en el santuario del hombre. "¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo" (2 Cor. 6: 16). "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Si alguno destruyera el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Cor. 3: 16, 17).
"Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Efe. 2: 18-22). El hombre no puede hacer de sí mismo un templo, a menos que se valga de la cooperación de Dios. El Señor tampoco puede hacer nada si la voluntad humana no se une con la del Omnipotente. Siendo que Jesús es el principal obrero, el agente humano debe trabajar con él para que se pueda completar el edificio celestial. Todo el poder y la gloria pertenecen a Dios, mientras que toda la responsabilidad descansa en el agente humano. Dios no puede hacer nada sin la cooperación del creyente.
Review and Herald, 25 de octubre de 1892. (Recibiréis Poder Con Elena G. de White) 45
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