martes, 16 de julio de 2019

I. LA VENIDA DEL ESPÍRITU: 20. EL ESPÍRITU NOS HACE HIJOS DE DIOS.


Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8: 14).
Cristo ocupó su lugar entre los hombres como oráculo de Dios. Habló como quien tiene autoridad, dirigiéndose a la gente con expresiones vigorosas, y exigiendo fe implícita y obediencia. Como pueblo, hemos fundamentado nuestra fe sobre principios establecidos en la Biblia. También empeñamos mente y corazón para obedecer la Palabra de vida, y para seguir un "Así dice el Señor". Toda nuestra esperanza presente y futura depende de nuestro parentesco con Cristo y con Dios. Pablo se expresa con vigor para confirmar nuestra fe al respecto. 

A quienes son guiados por el Espíritu de Dios y en cuyos corazones habita la gracia de Cristo, el apóstol les dice:  
"El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Rom. 8: 16, 17). "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!" (Rom. 8: 15). Somos llamados por Cristo para salir del mundo con el propósito de ser diferentes.  Fuimos convocados para practicar la santidad, teniendo nuestro corazón continuamente cerca de Dios y al Espíritu Santo permaneciendo en nosotros. 

 Todo verdadero creyente manifestará con sus hechos que la gracia del amor de Cristo está en su corazón. Donde una vez hubo desconocimiento de Dios, será evidente la coparticipación con él.  Donde hubo manifestaciones de la naturaleza carnal, ahora se verán los atributos divinos. Sus hijos deben llegar a ser obreros de la justicia y buscar al Señor en forma continua para que les agrade hacer su voluntad. Esto los hará completo en Cristo. Con sus vidas manifestarán a los ángeles, a los hombres y a los mundos no caídos que han sido conformados a la voluntad de Dios, y que son leales adherentes de los principios de su reino. Habitando el Espíritu Santo por la fe en sus corazones, entrarán en relación con Cristo y los unos con los otros. Así se producirán en ellos los preciosos frutos de la santidad. Review and Herald, 19 de agosto de 1909. RP EGW

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