Respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os
bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de
desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (Lucas
3: 16).
En la dispensación antigua se consideraba pecado
ofrecer un sacrifico sobre un altar que no correspondiera, o que se admitiera
incienso que hubiese sido encendido con fuego extraño. Corremos el peligro de
confundir lo sagrado con lo común. El fuego sacro procedente de Dios debe ser
utilizado en la presentación de nuestras ofrendas. El verdadero altar es
Cristo, y el fuego auténtico es el Espíritu Santo. Este tiene la misión de
inspirar, enseñar, conducir y orientar al creyente a fin de convertirlo en un
consejero que sea seguro. Si ponemos a
un lado a los escogidos de Dios, estamos en peligro de consultar a dioses
ajenos y de ofrendar sobre un altar extraño...
Por poderosa que sea la predicación de la Palabra,
resultará en vano a menos que el Espíritu sea el que enseñe e ilumine a los que
la escuchan. Si el Espíritu no obra con y por intermedio de los agentes
humanos, las personas no recibirán la salvación ni sus caracteres serán
transformados por la lectura de las Escrituras.
La planificación que se realiza con relación a la obra no debe atraer la atención hacia el yo. La Palabra tiene poder. Es una espada en manos de los agentes humanos. En el Espíritu Santo está su eficiencia y su poder vital para impresionar la mente. "Serán todos enseñados por Dios" (Juan 6: 45).
Es Dios quien hace brillar la luz en el corazón del hombre. Mis hermanos que ministran la Palabra, ¿recordarán que es fundamental reconocer a Dios como la fuente de nuestra fortaleza, y que el Espíritu es el Consolador? La causa por la cual Dios puede hacer tan poco por nosotros es porque olvidamos que toda virtud proviene de nuestra disposición a cooperar con el Espíritu.
El Espíritu constantemente nos muestra destellos de
las cosas de Dios. Una presencia divina parece cernirse cerca; y entonces, si
la mente responde, y la puerta del corazón se abre, el Señor habitará en el
agente humano. Por medio de la fe, la energía del Espíritu actúa en el corazón
y conduce las tendencias de la voluntad para que se inclinen hacia Cristo. Al
vivir por la fe, en completa dependencia del poder divino, podemos realizar el
querer como el hacer por su buena voluntad. Cuando el Espíritu toma las cosas
de Dios, lo hace con la misma presteza con que el creyente decide proceder en
armonía con la luz revelada. Manuscript Releases, t. 2, pp. 45, 46. 181
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFxOYUu9YwK_dxSVa2U9EmVk
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