Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para
anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras de
sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo,
y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y
temblor. (1 Corintios 2: 1-3.)
Vendrán días cuando la iglesia será agitada con el
poder divino, y como resultado se producirá una ferviente actividad. El poder
vital del Espíritu Santo inspirará a los miembros a salir a buscar nuevos
conversos para Cristo. En esas circunstancias, los servidores más diligentes
estarán seguros únicamente en la medida en que dependan de Dios y estén
constantemente en oración. Necesitarán elevar sinceras suplicas para que la
gracia de Cristo los libre del orgullo que puede despertar la obra realizada, o
de pensar que los trabajos que hicieron tienen alguna virtud salvadora. Constantemente
deberán contemplar a Jesús para darse cuenta de que la obra se realiza gracias
a él, y para que puedan darle toda la gloria a Dios.
Seremos llamados a realizar los esfuerzos más
decididos con el fin de extender la obra de Dios; para ello necesitamos
depender totalmente de nuestro Padre celestial.
Será indispensable la oración privada, y también la que se eleve, en el
seno de la familia y en la iglesia. Nuestros hogares tienen que ponerse en
orden, y para ello hay que realizar los esfuerzos más fervientes destinados a
lograr que cada integrante de la familia se interese en las actividades
misioneras. Debemos tratar de despertar el interés de los hijos para que
trabajen en forma diligente en favor de los inconversos, y hagan lo mejor que
puedan con el propósito de representar a Cristo en todo momento y lugar.
No olvidemos, sin embargo, que al aumentar las
actividades y lograr éxito en ellas, corremos el riesgo de confiar en la
capacidad, los planes y los métodos humanos para realizarlas. Habrá una
tendencia a orar menos y a tener menos fe. Estaremos en peligro si perdemos el
sentido de dependencia de Dios, el único que puede dar éxito verdadero a las
labores que realicemos; pero, aunque ésta sea la tendencia, nadie llegue a
pensar que el ser humano puede hacer menos. De ninguna manera; al contrario, al
aceptar el don divino del Espíritu Santo realizará mayores obras. En su propia
sabiduría el mundo no conoce a Dios, y, naturalmente, cada poder humano, en
mayor o menor grado, se opone a Dios. Hemos de mirar a Jesús, cooperar con las
agencias celestiales y, en el nombre de Cristo, elevar nuestras plegarias a
nuestro Padre.- Review and Herald, 4 de julio de 1893. 187
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLvgp0opDuRFxOYUu9YwK_dxSVa2U9EmVk
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