Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna (Romanos 6: 22).
El
Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe: que no ignoren la gran
salvación que les es ofrecida tan abundantemente. No han de mirar hacia
adelante pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra en
favor suyo, pues es ahora cuando se la completa. El creyente no es
exhortado a que haga paz con Dios. Nunca lo ha hecho ni jamás podrá
hacerlo. Ha de aceptar a Cristo como su paz, pues con Cristo están Dios
y la paz. Cristo dio fin al pecado llevando su pesada maldición en su
propio cuerpo en el madero, y ha quitado la maldición de todos lo que
creen en él como un Salvador personal. Pone fin al poder dominante del
pecado en el corazón, y la vida y el carácter del creyente testifican de
la naturaleza genuina de la gracia de Cristo.
A
los que le piden, Jesús les imparte el Espíritu Santo, pues es
necesario que cada creyente sea liberado de la corrupción, así como de
la maldición y condenación de la ley. Mediante la obra del Espíritu
Santo, la santificación de la verdad, el creyente llega a ser idóneo
para los atrios del cielo, pues Cristo actúa dentro de él y la justicia
de Cristo está sobre él. Sin esto, ningún alma tendrá derecho al
cielo. No disfrutaríamos del cielo a menos que estuviésemos calificados
para su santa atmósfera por la influencia del Espíritu y la justicia de
Cristo.
A
fin de ser candidatos para el cielo, debemos hacer frente a los
requerimientos de la ley: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu
prójimo como a ti mismo" (Luc. 10: 27). Sólo podremos hacer esto al
aferrarnos por fe de la justicia de Cristo. Contemplando a Jesús
recibimos en el corazón un principio viviente y que se expande; el
Espíritu Santo lleva a cabo la obra y el creyente progresa de gracia en
gracia, de fortaleza en fortaleza, de carácter en carácter. Se amolda a
la imagen de Cristo hasta que en crecimiento espiritual alcanza la
medida de la estatura plena de Cristo Jesús. Así Cristo pone fin a la
maldición del pecado y libera al alma creyente de su acción y afecto. Mensajes selectos, t. 1, pp. 462, 463. RP EGW
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