Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. (Isaías 45: 22).
Con
el propósito de cumplir con las exigencias de la ley, la fe debe
aferrarse de la justicia de Cristo aceptándola como nuestra
justificación. Gracias a la unión con Jesús, por fe, y mediante la
aceptación de su justicia, podemos ser calificados para el servicio de
Dios, y coparticipar en la obra del Señor. A fin de darle a la justicia
eterna el lugar que le corresponde, usted manifestará que no tiene fe
si está dispuesto a dejarse arrastrar por las corrientes pecaminosas, y
si no quiere cooperar con las agencias celestiales a fin de refrenar la
transgresión en su familia o en la iglesia.
La fe obra por amor y purifica al ser entero. Por intermedio de la fe,
el Espíritu Santo actúa en el interior del corazón para santificarlo;
sin embargo, es imposible que pueda cumplir con su ministerio si el
agente humano no está dispuesto a obrar con Cristo. Únicamente la obra
del Espíritu Santo en el corazón nos preparará para el cielo.
Si
deseamos tener acceso al Padre, la justicia de Cristo debe ser nuestra
credencial. Para que podamos obtenerla y ser partícipes de la
naturaleza divina, diariamente necesitamos ser transformados por la
influencia del Espíritu Santo, cuya misión es elevar el gusto y
santificar el corazón a fin de que todo el ser sea ennoblecido.
Desde tu interior mira a Jesús. "He aquí el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo" (Juan 1: 29).
Nadie está obligado a mirar a Cristo; sin embargo, la voz que invita
con gran súplica dice: "Mira y vive".
Si contemplamos a Cristo,
descubriremos que ese amor no tiene igual, un amor que estuvo dispuesto a
tomar el lugar de los pecadores para imputarnos su justicia inmaculada.
Cuando el transgresor sabe que por causa de la maldición del pecado el
Salvador murió por él, al reflexionar en ese acto piadoso, el amor
despierta en su corazón.
El pecador ama a Cristo, porque Cristo lo amó
primero.
La
esencia de la ley es el amor. La persona que se arrepiente sabe que
Dios "es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad" (1 Juan 1:9).
El Espíritu de Dios obra en el corazón del creyente con el fin de
capacitarlo para que haga avances de un nivel de obediencia a otro más
alto, de una fortaleza a otra más fuerte, y para que ascienda de gracia
en gracia en Cristo Jesús. Review and Herald, 1º de noviembre de 1892.
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