Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo... el cual nos consuela en todas
nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos
consolados por Dios. (2 Corintios 1:2,4).
Si Nuestro
Pueblo No Disfruta De Mucho Trabajo
Ministerial, es de la mayor importancia que se
coloquen... en una recta relación con Dios, de
modo que puedan recibir sus
bendiciones y llegar a ser
canales de luz para otros.
La Frase
“Obra Misionera” incluye mucho más de
lo que se supone comúnmente. Cada
verdadero seguidor de Cristo es un misionero, y hay casi una
infinita variedad de formas en las cuales trabajar.
Pero hay algo que
con frecuencia se pasa por alto y
se descuida: la obra de hacer las reuniones de oración y
testimonios tan interesantes como debieran ser.
Si todos
cumplieran su deber con fidelidad, estarían tan llenos de paz,
fe, valor, y tendrían tales
experiencias para relatar en las
reuniones, que otros
quedarían refrescados por su claro y
fuerte testimonio en favor de Dios.
Nuestras reuniones de oración y
testimonios no
son lo que deberían ser: momentos de ayuda especial y
de ánimo de unos para los otros.
Cada uno
tiene un deber que cumplir para hacer
esas reuniones tan interesantes y provechosas
como sea posible.
Esto
puede ser hecho mejor al
tener una experiencia renovada
diariamente en las cosas de Dios, y no vacilando en hablar de
su amor en las asambleas de sus santos.
Si no
permiten que las tinieblas y la
incredulidad entren en su corazón, no se manifestará en las
reuniones.
No le den
satisfacción al enemigo
espaciándose en los lados
sombríos de su experiencia, sino
confíen en Jesús más plenamente para
que les dé ayuda para
resistir la tentación.
Si pensáramos y habláramos más de
Jesús y menos de nosotros
mismos, tendríamos mucho más de su presencia en
nuestras reuniones.
Cuando
hacemos que nuestra experiencia cristiana
le parezca a los no creyentes, o al uno con el otro, como una experiencia lúgubre, llena de pruebas, dudas y
perplejidades, deshonramos
a Dios; no representamos correctamente a Jesús o la
fe cristiana.
Tenemos un
amigo en Jesús, que nos ha dado la evidencia más palpable de su amor, y que puede y está dispuesto a dar vida y salvación a todos los que acuden a él...
No es
necesario para nosotros estar siempre tropezando y arrepintiéndonos y
describiendo cosas amargas contra nosotros.
Es nuestro privilegio creer las promesas de la Palabra de Dios, y aceptar las bendiciones que Jesús desea impartir, para que nuestro gozo sea pleno. The Review and Herald, 20 de julio de 1886. [325]
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