Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5:16).
Dios nunca quiso que la mente o el juicio de un
hombre fuera un
poder
controlador. Siempre que tuvo una tarea especial para
hacer, tuvo hombres preparados para satisfacer la demanda.
En cada oportunidad en que
la voz divina preguntó: "¿A
quién enviaré, y quién irá por nosotros…?", vino la respuesta:
"Heme aquí, envíame a mí" (Isaías 6:8). En la antigüedad el Señor relacionó con su obra a hombres de variados talentos.
Abraham,
Isaac, Jacob, Moisés con su mansedumbre y su sabiduría, y Josué con sus diferentes talentos, fueron todos alistados en el
servicio de Dios. La
música de María, el valor y la piedad de Débora, el afecto filial de
Rut, la obediencia y fidelidad de Samuel, Todos fueron necesarios. Elías con sus severos rasgos de carácter fue usado por Dios en el momento apropiado para ejecutar juicios sobre
Jezabel.
Dios no dará su Espíritu a los que no usarán el don
celestial. Pero los que se apartan de sí
mismos buscando iluminar, animar y bendecir a otros tendrán
capacidad y energía
multiplicadas para gastar. Cuánto más
luz, entregan más reciben. -Southern Watchman, 31/10/1905.
A través de toda
la historia "el Espíritu de Cristo que estaba en ellos" (1Pedro 1:11) hizo de los
hijos fieles de Dios la luz de los hombres de su generación.
José fue portaluz en
Egipto. Por su pureza, bondad y
amor filial, representó a
Cristo en medio de una nación idólatra. Mientras los
israelitas iban desde Egipto a la tierra
prometida, los que eran sinceros entre ellos fueron luces para las naciones circundantes.
Por Su Medio Dios Se
Reveló Al Mundo. De Daniel y sus
compañeros en Babilonia, de Mardoqueo en Persia, brotaron vívidos rayos de luz en medio de las tinieblas de las cortes reales.
De
igual manera han
sido puestos los discípulos de Cristo como portaluces en el camino al cielo. Por su medio, la
misericordia y la bondad del
Padre se manifiestan a un mundo sumido en la oscuridad, de una concepción errónea de Dios. Al ver sus obras buenas, otros se sienten inducidos a dar gloria al Padre celestial; porque
resulta manifiesto que hay en el trono del universo un
Dios cuyo carácter es digno de alabanza e imitación.
El amor divino que arde en
el corazón y la armonía cristiana revelada en la vida, son como una vislumbre del cielo, concedida a los hombres para que se den cuenta de la
excelencia celestial.
Así es como los hombres son inducidos a creer en "…el amor que Dios tiene para con nosotros…" (1 Juan 4:16).
Así los corazones que antes eran pecaminosos y corrompidos son purificados y transformados para presentarse "…sin mancha delante de su gloria con gran alegría" (Judas 1:24).
El discurso maestro de
Jesucristo, págs. 37, 38. RJ311/EGW/MHP 312